Estrenada en noviembre de 2012 en USA y en enero de 2013 en España, Flight (o El vuelo por estos lares) es un drama dirigido por Robert Zemeckis y protagonizado por Denzel Washington.

Whip Whitaker, un experimentado piloto, consigue realizar un milagroso aterrizaje forzoso salvando a casi todos los pasajeros. Después del accidente, Whip se convierte en un héroe, pero según se va desarrollando la investigación, van surgiendo muchas preguntas sobre qué pasó exactamente durante el vuelo.

Lo primero que me gustaría aclarar es que Flight es, en su conjunto, una buena película. De hecho, probablemente la mejor que ha hecho Zemeckis desde Forrest Gump. No obstante, al igual que el avión pilotado por el capitán Whitaker, el largometraje va cayendo -quizá no en picado- según avanza la cinta. La primera media hora te tiene enganchado: un accidente aéreo, además de un clásico del cine, siempre consigue nuestra atención. Y probablemente estemos ante una de las escenas de este tipo más dramáticas e impactantes en la historia del cine, máxime cuando el accidente está basado en un hecho real y la recreación del mismo está bastante conseguida y se ajusta a la realidad, o eso percibí con mis escasos conocimientos de aviación.

Al igual que su avión, la vida del protagonista empezará a caer en picado en una espiral de drogas y alcohol. Porque de eso es de lo que va realmente El vuelo, y no de aviones. De cómo las adicciones pueden hacer que tu vida llegue a caer en picado, como un avión en barrena, y eres el único que tiene capacidad de coger el timón y enderezarla.

El final es lo que termina definitivamente de decepcionar: demasiado idílico, poco real. Difícilmente en la vida real una persona adicta actuaría como lo hace el protagonista. Y no quiero daros más detalles para no desvelarlo.

La banda sonora cumple un gran papel y le da bastante fuerza a muchas escenas. Zemeckis repite con Alan Silvestri (que compuso temas, por ejemplo, en Forrest Gump).

Como digo, una buena película a la que le falta algo para ser todavía mejor y que a mi modo de ver se acabar convirtiendo en un sermón sobre las mentiras, la drogadicción o la importancia de la familia, todo bañado con un ambiguo -o no tanto- toque religioso.